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En memoria de Santiago Palomero Plaza

Con motivo del fallecimiento del Director del Museo Sefardí de Toledo y Subdirector General de Museos del Ministerio de Cultura durante los años 2007-2010, Santiago Palomero Plaza, queremos sumarnos a las muchas instituciones y medios de comunicación que en estos días rememoran y glosan la labor que desempeñó impulsando numerosos proyectos de gran importancia para el sector de los Museos en España, como la creación en 2008 del Laboratorio Permanente de Público de Museos y el desarrollo en 2009 de la Red de Museos o en su última etapa, promoviendo el conocimiento y divulgación de la cultura judía como parte de la identidad histórica de España y de la ciudad de Toledo.

Desde ICOM España creemos que no existe un mejor recuerdo de Santiago Palomero que el que transmite con sus palabras Luis Grau Lobo, Presidente de ICOM España:

Erase una vez alguien a quien apasionaban los museos y (sin embargo) trabajaba en ellos. Por ese motivo, cuando visitaba un museo no se detenía tanto en las obras de arte que pudiera albergar cuanto en las historias que lograba contar, en cómo lo hacía a través de esas obras e incluso sin ellas, en cuántas personas salían un poco más felices y un poco más inquietas de allí, en cuánta luz cobijaban sus salas y cuántas sillas se disponían para que esas personas estuvieran cómodas mientras percibían el relato silencioso que reverberaba en sus muros. Esa persona tan especial fue mi amigo, nuestro amigo. Y nos alegraba que así fuera.

Recuerdo a ese amigo con ocasión de un congreso de museos, aquellos lugares que tanto sentido dieron a su vida entera. Se le invitó para que hablase sobre algo que él conocía bien, en la confianza de que nos transmitiría sus conocimientos sobre ese tema, tan interesante en apariencia. Pero nuestro amigo no se conformaba con dar solo aquello que se esperaba de él. Primero hizo algo que muchos suelen: no atender al encargo que se le había encomendado. Pero también hizo algo que casi ninguno puede: ir más allá. Nos contó un cuento. Mejor aún, una serie de ellos, como un trocito de uno de sus libros preferidos, aquel de las mil y una noches, como las salas de un enorme pero acogedor museo, como las piezas de un rompecabezas interminable y cambiante. Aquella especie de fábulas se encadenaron con la naturalidad de los cuentos para niños, porque su inesperada y natural conciliación con lo que debía esperarse del tema -y que nadie había esperado- nos convirtió en adultos sorprendidos en una niñería. Aquellos cuentos acabaron por encajar en un único y coherente relato que nos dijo más del tema que debía abordarse que todos los discursos y conferencias posibles, y pasables, todos ellos, seguro, descartados por el cuentista. Ese era Santiago Palomero, un cuentista, un embaucador, un perfecto enredador. Como los museos que tanto amó.

Por ese motivo su nombre pertenecerá, más que a otros, al museo que ofreció gran parte de sí mismo. Es ese el museo de un pueblo perseguido y expulsado, que perdió su tierra, su casa, su raíz y apenas conservó el relato de lo que fue, convertido en leyenda referida de unos a otros con delicadeza y cuidado, como quien guarda una pieza de museo. Qué lugar mejor para saber de una historia así, y para saber de Santiago. Quién mejor que Santi para contarla, hacerla oír, vivificarla.

Santiago, querido amigo, espero que nuestro apóstol Borges tuviera razón y el paraíso a medida que imaginamos sea para ti un enorme museo donde tengan cabida todas y cada una de las historias que tanto te gustaba imaginar, mientras deambulas por sus salas y pasillos. Espero ese museo que tenga unas cuantas sillas cómodas y que a la salida haya cerca una terraza con cervezas frescas, un poco de sombra y un mucho de charla.

León, 20 de agosto de 2019

Luis Grau Lobo